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El equilibrio y la felicidad

9.10.07


Miguel miraba el mar atónito, serio y envidioso. Envidiaba al mar porque era furioso a veces y templado otras. Podía ser peligroso pero también fuente de diversión. Podía ser agotador, pero también podía ser camino para disfrutar de deporte y ayuda terapéutica. Pero ante todo, Miguel admiraba como todo era un equilibrio, como todo era un uno.


Entonces Miguel se levantó y esa claridad que tanto le inundaba se tornó oscuridad. Miguel volvía a casa en su rutina, caminaba y se sentía cada vez más apechugado. Deseaba que pasasen rápido las clases, como si fuesen una obligación. Sólo de pensar en estar seis horas escuchando algo que había comprendido y los demás no, se estremecía, su moral decaía enormemente. Su inteligencia era como un hambre voraz, cuyos educadores saciaban con pequeñas migas de pan.

Cuando llegaba a casa tenía que ayudar a sus primos a pintar la casa. La casa era cuádruple, algo muy típico en las playas. Miguel nunca había intimado con sus primos, al contrario que su hermana, la cual vendía la intimidad de Miguel a sus primos para ganar puntos y aceptación entre ellos. Posiblemente ese miedo a que conocían muchas cosas de él era lo que a Miguel le asustaba de sus primos. Miguel llegaba, saludaba y comenzaba a brochear, momento tras momento.

Él amaba la filosofía pero acababa demasiado cansado para leer. Sin embargo, en su único momento propio, el transporte en autobús al colegio donde estudiaba, no cesaba de inventar teorías. Observaba a los chicos de clase como se comportaban, como se imitaban y como se lideraban y organizaban.

Un día Miguel se dió cuenta de que tenía un problema, era demasiado teórico. Se percató cuando miraba el mar, porque el mar no era teórico, al menos no siempre. El mar seguía el equilibrio entre lo teórico y lo práctico. Pero eso no le bastaba a Miguel, así que consultó al cielo. Se dió cuenta de que el cielo también era teórico cuando planteaba sus curiosas teorías de nubes, pero cuando se cansaban y estas se amontonaban, las desechaba todas en forma de lluvia.

Y Miguel comenzó a hacer su teoría. Miguel comenzó a interesarse por lo que aprendía en clase. No se propuso aprenderlo como alumno, eso ya lo sabía, ahora quería hacerlo como profesor. Usó su inteligencia para que, en el tiempo que le sobraba tras comprender el problema y cuando el profesor explicaba las dudas, ingeniar un método de enseñar para su compañero de pupitre, Lucas, que no sabía apenas leer ni escribir.

Miguel ingenió un método de metáforas, mediante las cuales, enseñaba a Lucas, que también parecía haber perdido interés en la clase, a recuperar los conocimientos. Lucas, que se sentía atraído por las metáforas de Miguel y también de que Miguel, que apenas se relacionaba con nadie, se volcase con él, decidió hacer caso activo a éste y en menos de 2 meses, Lucas se convirtió en aspirante a alumno modelo de la clase.

Esto fué tan saciante para Miguel que no cabía en sí de asombro, había aprendido más de lo normal, tanto como para ser un maestro, además se había relacionado y había fomentado la creatividad.

Tras esto volvió eufórico a casa, donde debía trabajar cerca de sus primos, y culminado en satisfacción personal no pudo evitar contarle a un primo sus andanzas con Lucas. Su primo le escuchó atonito y al igual que Lucas, también valoró que confiase en él. Su primo le admiraba, porque aunque la hermana de Miguel intentase degradarle para sobresalir ella, su primo sabía porque lo hacía y además había observado en silencio las cualidades de Miguel.

Miguel volvió a casa aún más saciado, no sólo había conseguido creatividad y autoestima, ni a plantearse objetivos y cumplirlos, sino que además había aprendido a relacionarse cautelosamente, sin vender su intimidad como hacía su hermana, pero haciéndose valorar lo suficiente.

El autoestima de Miguel comenzó a aumentar, la confianza en Lucas y su primo, hacía que estos le ayudasen en ciertas tareas. Miguel comenzó a ganar tiempo para sí y se dió cuenta que casualmente había desarrollado una buena técnica. Se saciaba haciendo pequeñas metas y objetivos. Arreglaba su casa, su estética y su alimentación y descanso. La salud de Miguel comenzaba también a mejorar.

Miguel desarrolló la creatividad, pero no era el más creativo. Desarrolló la sociabilidad pero no era más sociable sino cauto, desarrolló el autoestima pero no era egocéntrico, desarrolló las buenas costumbres, pero no era vegetariano ni en sobremanera alternativo.

Se dió cuenta de que en pequeñas batallas se consiguen pequeñas victorias, y a través de ellas se gana la guerra y no como siempre pensó que la guerra se gana o pierde de un plumazo.

Miguel aprendió a ser feliz, en pequeñas dosis, pero feliz. Miguel logró su equilibrio, y la verdad, también poner final a su teoría:

" Nunca se es feliz, pero se puede ser sustancialmente feliz. Una recta es una sucesión infinita de puntos, así como la felicidad es una sucesión infinita de pequeños buenos momentos."


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